En el transcurso
de la interacción de los discursos textuales y visuales en la consignación de
la experiencia del viaje uno de los términos más frecuentes es el de archivo.
Archivo en su significación más amplia y extendida. Archivo que conserva,
clasifica y organiza dentro de su propia lógica cualquier cosa, siendo un
espacio material y definido. En este sentido, se puede arriesgar a hacer la
analogía entre archivo y memoria, entre espacios definibles por su competencia
mnésica, por la posibilidad constante de volver a ellos para recordar y en cada
vuelta su interpretación es distinta. La memoria funciona también como un
espacio en que han quedado inscritos acontecimientos, tablilla de cera en la
que ejecutar la marca. Marca, huella o cicatriz, distintas palabras que
coinciden en el paradigma de la impresión por contacto. Index. Siguiendo esta línea de pensamiento, la experiencia queda
grabada en la memoria, pero al no bastarnos los recovecos de la misma, al no
confiar en la concreción de ese archivo, nos sometemos a la posibilidad externa
de conservación. La letra. Textos clásicos ya dieron luz sobre una problemática
plenamente contemporánea, sobre todo en cuanto a las formas de representación y
cohesión de la memoria, son los grandes referentes: De memoria et reminiscencia de Aristóteles en que se rescata el
concepto de memoria-mneme como una
imagen que se presenta como un pathos,
una imagen latente que se presenta en nuestro presente sin prácticamente
conciencia de ello; los diálogos de Fedro,
en el que la letras y la pintura son marcas silenciosas que erigen memoria[1], y Teeteto en el que se pone de manifiesto
la inscripción como forma de memoria y como archivo, la metáfora del bloque de
cera en el que las percepciones dejan su impronta.[2]
Algo tan simple
como el trazo se erige como el acto que brinda perpetuidad. Marcar como
designar constituye el primer gesto que antecede a la civilización, antes de la
letra, al comienzo del signo, su perpetuidad llamaba a que a través de ese
gesto mínimo el hombre se dibujase a sí mismo en el tiempo. Es una necesidad y
una tentación. A veces hasta parece improbable no dejar rastro, no dejar
migajas por las que volver sobre los pasos. Y es más difícil aún abolir el
rastro en sí: la memoria. No basta dejar en manos de nuestra conciencia los
hechos y relaciones sociales en los que el hombre se realiza, es preciso
trascenderlos, manifestarlos al otro, como legado didáctico o instrumental,
como transmisión de un uso o costumbre, como herencia cultural. La memoria
dedicada al otro no funciona de la misma manera si se hace uso de la escritura
o de la oralidad. En esta última, la relación del legado cultural tiene una
interferencia con el presente en una constante elaboración y reelaboración de
los elementos heredados y a heredar. La fijación tiende a un carácter relativo,
siendo la interpretación del pasado en conjunto con los hechos presentes los
que determinan los cambios, logrando modificaciones y variaciones en la memoria
colectiva. Pero, si la memoria es escrita, la relación con el pasado y presente
se muestra precisamente en la fijación y repetición; el legado cultural se
mantiene inalterado como documento constitutivo de la sociedad solamente
propenso a cambios por interpretaciones y exégesis. Por lo tanto, imposible
olvidar, en ambos casos, el papel del intérprete-transmisor. Sin embargo, a
pesar del papel como intérpretes y exegetas de los historiadores, aquí el punto
de reflexión corre sobre el papel del individuo que necesita de la pauta
mnemotécnica para no olvidar lo vivido. En el caso del viaje la constante
fijación de lo experimentado se constituye como una memoria externa ambigua, al
igual que la percepción limitada, seleccionada y asimilada, pero con el plus de
resurgir como representación.
[1]
En famoso pasaje del “jardín de la letras” se destacan algunas palabras clave
para presente investigación: […] Más bien, los jardines de las letras, según
parece, los sembrará y escribirá como por entretenimiento; y al escribirlas,
atesora recordatorios, para cuando llegue la edad del olvido, que le servirán a
él y a cuantos hayan seguido sus mismas huellas. (276d) Platón, “Fedro”, Diálogos, vol. III, Introducción Emilio
Lledó, traducción y notas J. Calonge Ruíz, E. Lledó y C. García Gual, Madrid,
Gredos, 1988.
[2]
“Sócrates: De esto vamos a decir que es un regalo de la madre de las Musas, de
Mnemosine; aquello de que queremos acordarnos de entre lo que vimos, lo que
oímos, o incluso de entre lo que pensamos, lo imprimimos en este bloque por
cuanto lo mantenemos para percepciones y pensamientos, tal como sellamos con el
cuño de un anillo. Lo que se imprime, lo recordamos y lo sabemos durante todo
el tiempo que perdura la reproducción (eidólon).
Pero si esta se borra o no se ha podido llegar a imprimir, entonces olvidamos
la cosa (epislelésthai), no la
conocemos.” Platón, Teeteto o sobre la
ciencia, 191d, edición, prólogo y traducción Manuel Balasch, introducción
Antonio Alegre, edición bilingüe, vol. 4, col. Textos y Documentos, Madrid, Anthropos, 1990, p.219.