NOUS DEVONS EN RETOUR LES CONTEMPLER, LES ASSUMER, TENTER D'EN RENDRE COMTE. IMAGES MALGRÉ TOUT: MALGRÉ NOTRE PROPRE INCAPACITÉ À SAVOIR LES REGARDER COMME ELLES LE MÉRITERAIENT, MALGRÉ NOTRE PROPRE MONDE REPU, PRESQUE ÉTOUFFÉ, DE MARCHANDISE IMAGINAIRE. GEORGES DIDI-HUBERMAN, IMAGES MALGRÉ TOUT, PARIS, LES ÉDITIONS DE MINUIT, 2003, P.11.


PERFIL EN ACADEMIA.EDU

19.2.09

viaje y escritura

En la representación de la experiencia del viaje convergen una serie de elementos que resultan en un proceso de reelaboración de lo vivido. Estos elementos están relacionados con la actitud ante lo nuevo, las formas de apropiación de ello, y, la reelaboración de la experiencia a través de los medios de representación elegidos. A estos tres momentos puede agregarse la autolegitimación de la experiencia en la representación y su recepción pública, el problema de la verosimilitud es abordado en prácticamente todas las manifestaciones de la escritura del viaje.
La expectativa es la fase previa a todo viaje. Los conocimientos sobre el itinerario marcan el efecto que tendrán los estímulos del viaje sobre viajero. La expectativa reaviva o enmudece. Invita a probar si lo que se sabe concuerda con la realidad o bien nos hunde en la decepción de su no concordancia. Un viaje no es un libro que se cierra en cuanto la fatiga y hastío nos domina, sino una situación que nos impulsa hacia adelante, a continuar, no es posible dejarlo en un punto intermedio, se debe seguir. Ante la expectativa y su resolución hay diversas formas de confrontar la experiencia, de hacerla psicológicamente más llevadera. El acto literario se constituye de la voluntad de querer escribir. El impulso por el cual de la voz y de la idea se pasa al signo. La consignación, el deseo de conservación, la marca y la impronta. Querer escribir.

Querer escribir y no deseo de escribir, pues no se trata de afección sino de libertad y de deber. En su relación con el ser, el querer-escribir querría ser la única salida fuera de la afección. Salida solamente pretendida y con una pretensión todavía no segura de que sea posible la salvación ni de que esté fuera de la afección. Ser afectado es ser finito: escribir sería actuar astutamente con la finitud y el querer alcanzar el ser fuera del ente, el ser que no podría ser ni afectarme él mismo. Esto sería querer olvidar la diferencia: olvidar la escritura en la palabra presente, sedicente viva y pura.[1]

La trascendentalidad del acto-escritura es la dimensión en que el hombre ejerce su derecho de prolongar su identidad en el mundo. La escritura es el acto físico, consciente y trascendente en que se marca un presente. La afección, nombrada por Derrida, básicamente es la pulsación de vida que mediante el ejercicio de la escritura se trasciende, de la finitud se pasa a la salvación. El tono evangélico, la salvación en la escritura, responde al terrible momento de creación, de verbalizar y estructurar el pensamiento y la experiencia en lenguaje escrito. La salvación es fluir, superar la afección y construir la diferencia, dar el paso. Ya que el lenguaje es en sí parte intrínseca del ser, en cambio la escritura está fuera del ser. Somos lenguaje. Jean-Paul Sartre se refiere a la indisolubilidad del hombre y el lenguaje:

Nous sommes dans le langage: il est notre carapace et nos antennes, il nous protège contre les autres et nous renseigne sur eux, c’est le prolongement de nos sens. Nous sommes dans le langage comme dans notre corps; nous le sentons spontanément en le dépassant ver d’autres fins, comme nous sentons nos mains et nos pieds; comme nous percevons, quand c’est l’autre qui l’emploie, comme nous percevons les membres des autres.[…] La parole est un certain moment particulier de l’action et ne se comprend pas en dehors d’elle.[2]

Sartre pone énfasis en la naturalidad del lenguaje, de la indisolubilidad entre el ser y el lenguaje, mas, al momento de nombrar, el momento se presenta como una revelación. Nombrar es crear, crear es poder. Nombrar es también la constatación del otro, de lo otro. Poder de reflejar al otro, de darle nombre. Revelar es traer a la luz, exponer y mostrar. Es dar a través de la palabra existencia al otro siendo la conciencia de esa mirada la constatación de un estar ahí.

Parler c’est agir: toute chose qu’on nomme n’est déjà plus tout a fait la même, elle a perdu son innocence. Si vous nommez la conduite d’un individu vous la lui révélez: il se voit. Et comme vous la nommez, en même temps, à tous les autres, il se sait vu dans le moment qu’il se voit; son geste furtif, qu’il oubliait en le faisant, se met à exister énormément, à exister pour tous, il s’intègre à l’esprit objectif, il prend des dimensions nouvelles, il est récupéré.[3]

El acto de mostrar y ser mostrado mediante la palabra descubrirse en el gesto declarante y cuestionarse ante el que declara se transforma en un diálogo, es un movimiento dialógico en que el otro se manifiesta. No radica en la mirada objetiva y descriptiva del otro sino en la posibilidad continua del cambio, de la transformación a través de la palabra y su compromiso cada vez más incluyente. [4]

Precisamente la inclusión en el mundo y el compromiso de estar ejerce de fuerza magnética para pasar a la escritura, la posibilidad última de constituirse en memoria física, en instrumento de permanencia. Jean-Paul Sartre describe el hecho de la escritura como la necesidad de proyectar-nos y participar en el mundo.

Un des principaux motifs de la création artistique est certainement le besoin de nous sentir essentiels par rapport au monde. Cet aspect des champs ou de la mer, cet air de visage que j’ai dévoilés, si je les fixe sur une toile, dans un écrit, en resserrant les rapports, en introduisant de l’ordre là où il ne s’en trouvait pas, en imposant l’unité de l’esprit à la diversité de la chose, j’ai conscience de les produire, c’est-à-dire que je me sens essentiel par rapport à ma création. Mais cette fois-ci, c’est l’objet crée qui m’échappe: je ne puis dévoiler et produire à la fois. La création passe à l’inessentiel par rapport à l’activité créatrice.[5]

La representatividad del autor frente a su propia obra es un punto que interesa al fin del este estudio. La importancia que adquiere el creador -siendo entendido en el sentido más prosaico que mitificador de la figura (a pesar que para Sartre el término adquiere el aura del gran arte)-, importancia real para él mismo y en cuanto a la trascendencia que otorga a su propia creación. El impulso de escribir, de dibujar, de representar el trayecto y la percepción de ello, no radica solamente en una supuesta fama o éxito a posteriori, sino en el impulso de legar una marca de la experiencia, de conseguir comprender el camino pisado, de ser consciente de lo ocurrido. También hay una consciencia del que viene después, la trascendencia no radica en la imagen de la posteridad sino del otro en la posteridad. Es cierto que más de un explorador, viajero o comerciante, lograba en su ambición ver su nombre inscrito en oro en la Historia, sí, por supuesto, pero en principio la representación del viaje responde a un orden interno y una consciencia del otro. Del que leerá, de que pisará sus huellas, del que no está ahí.
La obra misma no permanece acabada definitivamente, es la actividad creativa la que sigue una constante de conocimiento, de reconocimiento del ser. En el caso de la representación del viaje, el simple hecho de nombrar adquiere significado con respecto a la capacidad del individuo para denominar las experiencias nuevas, en cambio, en el caso de la representación escrita o pintada; alfabética, geométrica o figurativa la decodificación de mundo, de las experiencias vividas es un constante hacer-se y rehacer-se. La comprensión, esa “unité de l’esprit”, es muchas veces inseparable de la experiencia del viaje. Volviendo a Derrida, la inseparable sed de preservar y la insuperable sensación de momentaneidad en el viaje dotan de fuerza trasformadora a la escritura -y a cualquier medio expresivo- para concertar la experiencia y la estructura. La experiencia de los acontecimientos ante los que el viajero se presenta –presente- dispuesto y la estructura indispensable de concordancia y lenguaje. Pulsión y salvación. Dionisio y Apolo. Experiencia y signo.
Habría que concluir, pero el debate es interminable. El litigio, la diferencia entre Dionisio y Apolo, entre el impulso y la estructura, no se borra en la historia, pues no está en la historia. Es también en un sentido, en un sentido insólito una estructura originaria: la apertura de la historia, la historicidad misma.

Diálogo originario, dialéctica primera. Vivir y su representación. La escritura de mí hacia el otro, la apertura del hombre delante del mundo y su tiempo, el tiempo postergado y detenido en su voluntad de avance.

La escritura es el desenlace, como descenso fuera de sí y en sí, del sentido: metáfora-para-el-otro-a-la-vista-del-otro-aquí-abajo, metáfora como metafísica donde el ser tiene que ocultarse si se quiere que aparezca lo otro. Excavación en lo otro hacia lo otro en la que lo mismo busca su filón y el oro verdadero de su fenómeno. Sub-misión en la que siempre puede perder(se). Niedergang. Untergang. Pero él no es nada, no es (él) mismo antes del riesgo de perder(se).[6]

[1] Jacques Derrida. La escritura y la diferencia, Barcelona, Anthropos, 1989, p. 23.
[2] Jean-Paul Sartre, Qu’est-ce que la littérature, Paris, Gallimard, 1985, p.26, (c1948).
[3] Ibid., pp. 27-28.
[4] Cada palabra lograr incluir en el mundo, el acto de expresar en un sentido fenomenológico engancha al mundo, sin embargo no es un acto de representación o creador, es un acto de afirmación. Seguimos con Sartre: “Ainsi, en parlant, je dévoile la situation par mon projet même de la changer; je la dévoile à moi même et aux autres pour la changer; je atteins en plein cœur, je la transperce et je la fixe sous les regards; à présent j’en dispose, à chaque mot que je dis, je m’engage un peu plus dans le monde, et du même coup, j’en émerge un peu davantage puisque je le dépasse vers l’avenir.” Ibid., p. 28.
[5] Ibid., p. 46
[6] Derrida, op.cit., p. 46.