NOUS DEVONS EN RETOUR LES CONTEMPLER, LES ASSUMER, TENTER D'EN RENDRE COMTE. IMAGES MALGRÉ TOUT: MALGRÉ NOTRE PROPRE INCAPACITÉ À SAVOIR LES REGARDER COMME ELLES LE MÉRITERAIENT, MALGRÉ NOTRE PROPRE MONDE REPU, PRESQUE ÉTOUFFÉ, DE MARCHANDISE IMAGINAIRE. GEORGES DIDI-HUBERMAN, IMAGES MALGRÉ TOUT, PARIS, LES ÉDITIONS DE MINUIT, 2003, P.11.


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1.7.14

François Arago no sólo inauguró la era fotográfica




Louis-Jacques-Mandé Daguerre, bajo el auspicio certero de François Arago, presentó el daguerrotipo el día 19 de agosto de 1839 en la Academia de Ciencias y las Artes de París, después de una serie de demostraciones más menos discretas ante personalidades de la política, las artes y las ciencias. El propio Alexander von Humboldt se refirió con admiración a los detalles minúsculos de la imagen daguerrotipia que le mostraba Arago, en una carta a un amigo describe un pequeño diálogo entre ambos ante aquella primera fotografía:

He podido contemplar una vista interior del patio del Louvre con sus innumerables bajorrelieves. –Había paja (que) acababa de pasar por el muelle. ¿La veis en el cuadro? –No. Me tendió una lupa y vi briznas de paja en todas las ventanas. “Carta a Carus”, 25 de febrero de 1839.

Humboldt no fue únicamente un invitado a ver las maravillas del invento, formó parte de la comisión de científicos encargados de verificar la fiabilidad del daguerrotipo junto con Jean-Baptiste Biot y François Arago. Ambos relacionados antes en la misión de triangulación meridiana para establecer el valor del metro como medida longitudinal. Gracias a su colaboración con la Oficina de Longitudes como becario, a su astucia e inteligencia, fue reconocido como miembro de la Academia de la Ciencias más joven de su historia. Con tan sólo 23 años Arago era toda eminencia científica y política en Francia. Por ello fue determinante el entusiasta apoyo de Arago al daguerrotipo llevándolo a ser de inmediato un súper ventas de la tecnología.

Retrato de François Arago por Charles Steuben, 1832

François Arago fue un humanista fascinado por la ciencia y el arte. Sus estudios de óptica, de física y astronomía fueron difundidos en libros dirigidos a un público general. Investigó sobre la velocidad de luz proveniente de las estrellas, la polarización de la luz,  el diámetro de los planetas, el magnetismo, la velocidad del sonido… Precisamente en el año 1839 eran publicados por primera vez en español sus cursos de astronomía, edición en la que podemos leer en su prólogo:

Mr. Arago, el famoso astrónomo francés cuyo nombre anda en todas las bocas, ha sido el primero que ha espuesto [sic] la Astronomía de este modo científico y elemental a la vez. Sus lecciones dadas en el Observatorio real de París nada dejan que desear sobre esto, y satisfacen plenamente los deseos de aquello que han hecho un estudio profundo de la doctrina de los astros, y de cuantos buscan claridad y concisión de la esposición [sic] de una ciencia cualquiera. [1]

Aunque esta honorable parte de su carrera es la que destaca por su influencia y reconocimiento pero para recordar a este gran hombre prefiero referirme a su paso por Barcelona, Valencia y Baleares en la misión de confirmar la fiabilidad del metro como medida longitudinal mediante la prolongación del meridiano que cruza Francia para terminar con el proyecto de establecer el arco meridiano entre Dunkerque y Barcelona suspendido a causa de las guerras napoléonicas. La primera medida del meridiano entre el mar del norte, Dunkerque y la provincia de Barcelona, el Masnou, pasando por el centro de parís y recorriendo Francia del norte al sur se realizó entre 1669 y 1718. Posteriormente revisado entre 1739 y 1749. Finalmente, la última parte del proyecto entre 1792 y 1798 tuvo como fin la definición del metro ya este debía medir la diezmillonésima parte de un cuarto de meridiano terrestre. La prolongación de la triangulación para establecer el meridiano de París hasta las islas Baleares y de pasó comprobar la medida del metro se realizará a principios del siglo XIX.

En 1806 la operación es designada a Biot y al joven Arago, quienes durante 2 años triangulan y miden el territorio comprendido entre la costa del mediterráneo y las islas Baleares. Arago permanece un poco más contando con colaboración de las autoridades para poder terminar con su labor, siendo necesario el desplazamiento por el territorio con un equipo extremadamente moderno y semejante a lo que cualquier buen ingeniero y espía debía llevar encima: telescopios, lentes varias, mapas, instrumentos de topográficos y geodésicos como el círculo repetidor de Borda. La triangulación geodésica con la que se servían para medir el meridiano se basaba en la unión y medición de triángulos de hasta 150 kilómetros mediante antorchas y espejos que precisaban de operarios en plena naturaleza.

Cuadrante geodésico de finales del siglo XVIII expuesto en el observatorio Fabra de Barcelona.
Círculo repetidor de Borda c1787 para la medición de ángulos.


Estalla la guerra con la ocupación napoleónica de España en 1808, justo 15 días después de llegar a e instalarse en la isla de Mallorca, en la montaña de la Mola de l’Esclop. Aquella gracia y curiosidad que inspiraba entre los lugareños se convirtió en sospecha. Fue oficialmente considerado espía de Francia y tuvo que abandonar España poniendo rumbo a Argelia escondido en un pequeño barco de pescadores, es decir cruzando todo el mar Mediterráneo para volver a cruzarlo nuevamente para llegar a Marsella. Desde Argelia zarpa en un navío comercial y a apenas una millas del puerto de Marsella su barco fue capturado por unos corsarios españoles, es decir, por piratas del pueblo de Palamós. Los catalanes lo condujeron a la bahía de Rosas y de ahí al pueblo de Figueras donde fue sometido a un interrogatorio que duró varios días. Cautivo dentro de un viejo molino, su pasaporte falso no hacía más que confundir a las autoridades. Arago hablaba un español, con acento de Valencia y seguramente algún resabio francés, pero él insistía que por ser mercader ambulante su facilidad con los idiomas era producto de sus viajes. Inclusive llegó a cantar una canción de los pastores original de la isla de Ibiza para demostrar que también había aprendido ese “dialecto”, como lo denomina en sus memorias. El militar a cargo mandó llamar a un ibicenco quien rotundamente afirmó que Arago lo que era es francés. En fin, un enemigo en toda regla.
Es comprensible su facilidad con el catalán puesto que Arago nació en el sur de Francia criándose en Perpiñán, ciudad colindante con la frontera catalana y en la que también se habla esa lengua. Después de meses de cautividad es liberado y gracias a la duquesa de Orleans quien huía también de los ataques a la ciudad de Figueras, logra embarcarse nuevamente a Argelia y de ahí hacia Francia repitiendo la misma ruta con destino a Marsella y padeciendo casi la misma emboscada pero por parte de la armada inglesa. No por haber sido tan difícil su vuelta evitó pasar por el lazareto o casa donde se cumplía la cuarentena pertinente a todos los que entraban por mar bajo sospecha de enfermedades. La primera carta que recibió durante su estancia en territorio francés fue de su amigo Alexander von Humboldt. Fueron nueve meses de peripecias y para sorpresa de todos los resultados de sus observaciones los llevaba en manuscritos pegados hoja a hoja entre la camisa y la piel. Por lo menos eso dice la leyenda. Seguramente se merecía después de aquel viaje ser el miembro más joven de la Academia de Ciencias de París.

Mapa de triangulación para medición del meridiano de París en la costa mediterránea.

Sobre la triangulación e inspirado en las aventuras de François Aragó por tierras catalanas, Julio Verne escribió la novela seriada Aventuras de tres rusos y tres ingleses en el África austral entre 1871-1872. Los grabados de J. Férat ilustran algunos de los instrumentos geodésicos de la época en el Arago realizó sus trabajos. 



Julio Verne, Aventures de trois russes et de trois anglais dans l’Afrique australe, 1871-1872, dibujo y grabado Jules Férrat y François Pannemaker.









[1] François Arago, Lecciones elementales de astronomía, prólogo y traducción de Cayetano Cortés. Madrid, Imprenta de don José María Rebullés.